Commons & Incentivos & Neutralidad climática

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La Producción Colaborativa Incentivada

La Producción Colaborativa Incentivada

Conceptos de producción colaborativa como el “commoning” podrían acelerar el progreso hacia la neutralidad climática. ¿Cómo podemos lograr que este modelo se popularice? Proponemos crear un sistema de incentivos basados en uno de sus mayores beneficios: la satisfacción segura de necesidades básicas durante toda la vida.

El término commoning engloba la administración y el uso de recursos (comunes o bienes comunes) de manera colaborativa, por ejemplo con el fin de crear o producir bienes. En síntesis, comprende que personas se unan y se organicen para satisfacer sus necesidades por iniciativa propia. Normalmente en el proceso no ocurren ventas de productos. En cambio, una vez que todos los recursos para el proyecto se han obtenido o estén financiados, la producción arranca y los productos luego son distribuidos a los participantes.

Se trata de una práctica antigua. En varios continentes existían modelos de ganadería como la trashumancia con tierras de pastoreo compartidas por toda una comunidad. La premio Nobel de Economía de 2009, Elinor Ostrom, investigó estas prácticas y concluyó que cuando las comunidades se ponen de acuerdo e imponen reglas claras, se puede evitar el famoso problema de la Tragedia de los comunes. Este describe situaciones cuando un sobre-uso egoísta de los recursos por los miembros de la comunidad los hace degradar.

En las décadas más recientes evolucionó una forma más moderna del commoning. Se comparten recursos de conocimiento a través de Internet y se administran y mejoran de manera conjunta. Se puede tratar de software (aplicaciones de código abierto, como Firefox, Linux o incluso Android), de medios como la enciclopedia libre Wikipedia o de tutoriales y guías de todo tipo. Una diferencia clave con el commoning tradicional es que normalmente toda persona interesada puede acceder libremente a los “productos”, ya que la copia digital e Internet permiten una distribución casi sin costos.

También en las comunidades que crean y mantienen estos bienes comunes digitales existen reglas claras: Las licencias libres determinan qué pueden hacer los usuarios y qué no. Normalmente no se restringe el uso para necesidades propias, incluso para usos comerciales. Sí se reglamenta más estrictamente la modificación y el uso de obras derivadas. Un concepto importante es el copyleft, usado por ejemplo en la popular licencia de software General Public License (GPL): Quién modifica un recurso, debe también usar una licencia libre para las modificaciones. Esto asegura que toda la comunidad se beneficie de estas mejoras y nadie se pueda apropiar de manera egoísta de los recursos que se habían compartido.

(Este texto es parte de una serie introductoria sobre los conceptos que presentamos en este blog: #1 La Era Dorada, #2 100% renovables, #3 Producción colaborativa incentivada (este post), y #4 Abastecimiento Libre.)

Estas ideas también ya han saltado al mundo de los bienes físicos o materiales. Los movimientos del hardware abierto y de los makers se caracterizan por compartir el conocimiento necesario para la creación o producción de todo tipo de bienes, por ejemplo planos CAD/CAM o recetas, usando licencias similares a las del software libre. Este concepto ha sido utilizado aún para productos complejos como microchips. Y desde hace más de una década existen las impresoras 3D y otras máquinas de fabricación digitales (fabbers), una tecnología relativamente económica para fabricar muchos de estos bienes “liberados” de manera automatizada.

En algunos sectores económicos el commoning moderno ha logrado afianzarse como alternativa a la economía de mercado. En el caso de Wikipedia, se tardó apenas un puñado de años hasta que este “producto colaborativo” consiguió arrebatarle el liderazgo a enciclopedias producidas por empresas capitalistas como la Britannica. Linux tardó un poco más, pero desde la década de 2010 es el sistema operativo más instalado en un gran abanico de dispositivos digitales, de semáforos hasta smartphones Android y supercomputadoras, con la excepción de las (cada vez menos populares) computadoras de escritorio en las que predomina Windows, un sistema comercial tradicional.

Debido a estos proyectos exitosos la comunidad que se formó alrededor del concepto de los Commons ya a comienzos del siglo XXI comenzó a soñar con una popularización rápida del modelo, con una posible gran variedad de bienes libres producidos de manera colaborativa. En algunos idiomas se crearon neologismos como el término alemán auskooperieren, que describe obtener el liderazgo de un mercado con un producto creado y producido de manera colaborativa, como ocurrió con Wikipedia. De la mano iba la fundación de importantes organizaciones, como la Fundación P2P en EE.UU., el Instituto Commons en Alemania, la Open Source Hardware Association (OSHWA) y el Digital Commons Policy Council (DCPC).

En años recientes en el ámbito de los bienes digitales se siguieron sumando importantes hitos, como la reciente popularización de las redes sociales P2P Mastodon, Nostr y Bluesky. Pero algo parece faltar. Quedó claro rápidamente que por ejemplo las impresoras 3D por si solas no pueden resolver el problema de la producción de todo tipo de bienes, y que la infraestructura necesaria es muy compleja. También aparecieron algunos problemas dentro del movimiento, como las dificultades organizativas del proyecto importante Open Source Ecology. Y hasta es posible que las mejoras en el mercado laboral en Europa y EE.UU. en años recientes haya frenado un poco la dinámica: también para las iniciativas de commoning es ahora más difícil atraer a especialistas y talentos.

Sería necesario revivir esta dinámica de las dos primeras décadas del Siglo XXI para alcanzar algunos hitos que faltan todavía para adoptar el modelo en más sectores de la economía. Esto podría beneficiar al clima y al medio ambiente y también ayudar a solucionar a otros problemas como la pobreza.

¿Cómo se podría lograr ésto? ¿Se podría incluso iniciar un proceso transformativo de toda la economía?

En este artículo (y en otros textos del blog) queremos presentar el modelo de la producción colaborativa basada en incentivos. El concepto intenta adoptar algunos incentivos de carácter extrínseco que funcionan muy bien en el capitalismo, con el fin de popularizar la producción colaborativa. Y esto sin que se pierda el carácter inclusivo del modelo. (Nota: Los incentivos extrínsecos son mecanismos de motivación que no están directamente relacionados con el bien producido o el recurso administrado, por ejemplo todo tipo de premios y castigos.) Veamos a continuación como una producción basada en commoning nos puede brindar beneficios claros como un abastecimiento seguro de bienes de primera necesidad y una previsión sustentable para la tercera edad.

El desafío: satisfacer necesidades sin vender bienes

Acerquémonos al problema de manera sistemática: ¿Qué es lo que falta para producir bienes físicos de todo tipo, basándonos en el concepto del commoning? (Trataremos de explicar este problema con la terminología ampliamente usada para describir actividades económicas, como bien o recurso, por ser más familiares que los conceptos más abstractos usados en la investigación reciente.)

Podemos describir a este desafío como un rompecabezas. Para producir un bien, se necesitan una serie de “insumos” o factores de producción. En el proceso productivo se transforman materias primas o materiales con la ayuda del conocimiento, de la energía y la labor humana a un producto que puede satisfacer una necesidad humana. En muchos casos también la tierra es necesaria, sobre todo en la agricultura.

En el commoning se organizan los usos del conocimiento y de la labor humana de manera diferente que en la economía de mercado. El conocimiento se comparte libremente, y el trabajo se realiza, al menos en parte, por las personas que se benefician del producto o servicio final. Estos factores de producción ya en los proyectos de commoning de la actualidad a menudo no causan gastos relevantes. En cambio, las materias primas, la tierra y la energía frecuentemente deben ser adquiridos en el mercado.

Como ya hemos visto, el commoning no contempla normalmente la venta de productos para generar ingresos. Por eso la cuestión del financiamiento es un desafío constante. Un principio básico es: Cuanto menos dependa el proceso productivo de ingresos continuos, más fácil es la solución del rompecabezas.

El conocimiento puede circular fácilmente a través de Internet. Por eso los bienes digitales libres (digital commons, en inglés), como el software libre, basados solamente en conocimiento y trabajo, son los más fáciles de producir a través del commoning. En este sector ya se ha resuelto el rompecabezas.

Proyectos de esta índole se pueden crear muy rápidamente cuando alguien decide crear un bien digital para satisfacer una necesidad propia. La motivación para compartir el resultado, además del altruismo, puede relacionarse con la esperanza de beneficiarse de contribuciones de otras personas que se sumen al proyecto. A veces existe una motivación intrínseca como el placer de aportar conocimiento propio, como ocurre a menudo en Wikipedia. En todo caso, el hecho que el proyecto no necesite ingresos para financiar inversiones (por ejemplo en materiales), facilita mucho la organización y explica por qué los proyectos abiertos proliferaron principalmente en el sector digital o inmaterial.

Con respecto a la producción de bienes físicos, existe principalmente un gran sector con una buena cantidad de proyectos exitosos basados al menos parcialmente en el concepto del commoning: la agricultura y horticultura comunitaria, conocida en el mundo anglosajón bajo la sigla CSA (community-supported agriculture). ¿Por qué justo en este rubro?

Una ventaja es que estas actividades no dependen de muchos bienes intermedios complejos y que el trabajo puede ser prestado en gran parte por los beneficiarios o participantes. Además gran parte de los gastos son fijos, como tierras y maquinaria: una vez financiados, puede arrancar la producción. Por eso el financiamiento sigue siendo relativamente sencillo y crea espacios para experimentos. En algunos casos se opta por un modelo más tradicional y se paga regularmente un paquete de productos como una caja de verduras de estación. Pero muchos proyectos han logrado evitar explícitamente el carácter de una venta de los productos y se financian con aportes variables de acuerdo a la capacidad financiera de los participantes.

La relativa simpleza del financiamiento y de la división del trabajo explican en buena parte por qué la agricultura comunitaria ha proliferado en gran parte del mundo occidental y en Asia. Por razones similares el agro es y ha sido el sector dónde más frecuentemente encontramos a bienes comunes tradicionales, como las tierras de pastoreo compartidas.

Desde el punto de vista económico, el commoning tiende a favorecer procesos que no requieren costes marginales. Este término describe los gastos que son necesarios para cada unidad nueva del bien que se produce. Cuánto mayor sea el coste marginal, más dependemos de ingresos para cubrir estos costos. No depender de ventas o ingresos continuos para financiar materiales o recursos energéticos como combustibles es una de las razones que mencionamos en el texto anterior de la serie para la tendencia del commoning de cuidar y ahorrar recursos naturales.

Hay otra razón más que explica por qué la producción colaborativa tiende a cuidar los recursos naturales. Los productores y consumidores, que a menudo son las mismas personas, comparten un interés clave: que la producción funcione a largo plazo y sea sustentable, para beneficiarse por mucho tiempo de la satisfacción de las necesidades. Como ya hemos visto, los proyectos por tal razón adoptan reglas cuyo fin es que no se degraden ni se derrochen los recursos.

La Fábrica Libre: Hacia una producción al costo de los materiales

A pesar del problema de los ingresos que hemos visto, hay esperanza que pronto se pueda extender el concepto del commoning a más sectores. En los años recientes cobró importancia un factor de producción que es disponible casi libremente durante décadas luego de un gasto fijo por única vez: la electricidad generada de fuentes renovables. Un aerogenerador o un pequeño parque solar podrían suministrar la energía para una iniciativa como un proyecto de horticultura comunitario.

Usando exclusivamente energías renovables los proyectos de commoning se benefician de costes marginales muy bajos, una vez que la instalación esté financiada. En cambio, los combustibles fósiles como el petróleo, se gastan y hay que recomprarlos constantemente, por eso representan un problema para proyectos basados en el commoning.

También las tecnologías de automatización pueden simplificar el commoning. Si el proceso productivo requiere tareas de rutina para las que normalmente se requiere mucha labor humana, se vuelve difícil que los trabajos sean prestados por los beneficiarios, sin “emplear” a personas con un sueldo. Usando robots, fabbers, inteligencia artificial y otras tecnologías, como por ejemplo sistemas de riego automático, se puede aumentar la productividad de tal manera de que en algunos casos se pueda prescindir de trabajo remunerado.

Hay otra pieza más del rompecabezas que sería posible solucionar en el futuro próximo: El concepto del hardware libre puede ser utilizado para diseñar y fabricar medios de producción, tal como maquinarias y tecnologías de automatización. Sus planos, croquis o manuales serían publicados bajo licencias libres. Esto bajaría los costos para la infraestructura de los proyectos que fabriquen bienes físicos de todo tipo, en comparación con una compra de las maquinarias en el mercado. Desde hace varios años existen proyectos de hardware abierto para fabbers como la impresora 3D RepRap y también para instalaciones solares y eólicas, robots e instalaciones agrícolas. El proyecto Open Source Ecology, con dos iniciativas independientes en EE.UU. y Alemania, desarrolla varias de estas tecnologías.

En algunos pocos casos también es posible una producción o extracción primaria de materiales basada en el commoning, por ejemplo si se trata de productos de origen agropecuario, de materias primas muy abundantes (como tierra o escombros) o bien si se recurre al reciclaje de residuos. Sin embargo, en muchos productos, por ejemplo la electrónica, encontramos un gran número de materias primas, algunas bastante escasas y disponibles en pocos lugares del planeta. Incluir su extracción o producción en un proceso de commoning sería muy complejo o resultaría en costes marginales significativos.

Para solucionar este problema, en el libro Chau Dinero se propone como paso intermedio la Fábrica Libre o unidad productiva sin coste marginal. Se trata de una infraestructura de producción altamente automatizada, como una fábrica o un fab lab. Esta efectúa pasos productivos utilizando tecnologías basadas en hardware y software libre, funcionando con energías renovables, requiriendo de muy poca labor humana en cuanto a operación y mantenimiento. Las materias primas se excluyen del concepto: para su adquisición son responsables las personas que se benefician del producto final. Por ende la fábrica misma (casi) no genera costes marginales.

Un ejemplo: Una huerta comunitaria, en vez de depender de largas sesiones de trabajo con pala, azada o tractor, podría utilizar un sistema automatizado de riego basado en la hidroponía. En la wiki maker WikiFab se encuentran disponibles planos para sistemas de este tipo. La energía podría ser generada por un aerogenerador con almacenamiento en batería. Insumos como fertilizantes, siendo costes variables, son responsabilidad de los consumidores finales o se compran para toda la comunidad dividiéndose el gasto. El trabajo humano solo es necesario para el mantenimiento de la infraestructura y algunas tareas poco frecuentes como la siembra y la cosecha.

La ventaja de este concepto es: Sería posible concretar proyectos para producir bienes físicos sin que hagan falta mayores avances tecnológicos. En cambio, si las materias primas se incluyen en el concepto, es mucho más difícil organizar una producción aún de bienes sencillos si no queremos recurrir a una venta de los productos para generar ingresos.

Con las Fábricas Libres podríamos producir potencialmente una gran variedad de bienes que estarían disponibles al precio de los materiales. Esto significa en muchos casos una reducción de costos muy significativa, de la que se beneficiarían las personas que consumen los productos. Si llegamos a este punto, esto supondría un éxito tangible del concepto del commoning, comprensible aún para personas que nunca estuvieron interesadas en este movimiento. Y eso podría volver a generar más dinámica hacia un posible proceso de transición a una economía colaborativa.

¿Cómo pagar las inversiones necesarias? ¡Con Finanzas Commons!

Para que el commoning pueda satisfacer gran parte de las necesidades humanas básicas, sería necesaria una evolución de este concepto. Productos complejos, por ejemplo los típicos bienes industriales, requieren de cadenas de suministro más largas. Necesitaríamos Fábricas Libres para cada uno de los bienes intermedios, las cuales requerirán altas inversiones para tecnología y otros costos fijos. Para afrontar estos gastos sería necesaria una estrategia de financiamiento eficaz y sustentable como alternativa al financiamiento típico del capitalismo: las sociedades de capital, como la Sociedad Anónima (S.A.).

Nuevamente una posibilidad sería vender estos productos complejos como una empresa tradicional, posponiendo conceptos más utópicos como la Fábrica Libre al futuro. En el sector del hardware libre en la actualidad se exploran distintos modelos de negocios. La financiación ocurre frecuentemente a través de préstamos, pero también es posible fundar sociedades de capital o cooperativas.

Sin embargo, queda poco claro cómo se podría salir de la dependencia de generar ingresos continuamente, porque hay que pagar las cuotas de los préstamos, o bien generar algún beneficio para la rentabilidad de inversionistas en el caso de las S.A. o cooperativas. Esto resultaría en un proceso muy largo hasta que se pueda avanzar al modelo de una Fábrica Libre que pueda entregar productos al costo de los materiales.

Quizá sería prometedor un concepto basado en ventas anticipadas, como en el financiamiento colaborativo o crowdfunding. En vez de devolver un préstamo, el proyecto pagaría a los inversionistas con sus propios productos o servicios. Esto ayudaría a reducir la dependencia de ingresos.

Sin embargo, queda un problema: A medida que el proyecto progresa, se abaratarán los productos continuamente hasta acercarse al coste de los materiales. Esto significaría que cuánto más tiempo se espere para la compra, más se beneficiarían los compradores. Muchos de ellos quizá preferirán esperar con la inversión, frenando la dinámica.

El concepto de las Finanzas Commons es una posible solución: La idea es que se vendan los productos de manera anticipada, a un precio similar al precio de mercado de bienes similares. Pero todos los compradores se beneficiarían de una bonificación tras un período de espera, la cual aumenta si se acepta una entrega más tardía. Es decir, contarían con un beneficio similar a una tasa de interés.

Esta bonificación puede ser por ejemplo una rebaja del precio de otros bienes, un producto adicional después de otro período de espera, o un abastecimiento continuo con el producto similar a una suscripción al costo de los materiales. El carácter de la bonificación dependerá de la madurez de los procesos tecnológicos necesarios para crear fábricas libres en las cadenas de suministro del producto.

En el caso de proyectos pioneros, cuando todavía hay dudas acerca de la factibilidad de una producción automatizada, el tiempo de espera para beneficiarse de la bonificación puede ser de varios años. Pero esto no sería tan problemático: también en el sector financiero de la actualidad existen bonos y otros instrumentos con plazos de vencimiento muy largos. En el sector de la medicina y la biotecnología hay ejemplos para financiaciones que comienzan décadas antes del lanzamiento del producto al mercado.

El incentivo principal: La seguridad del abastecimiento

Si los instrumentos de Finanzas Commons son diseñados de manera inteligente, podrían convertirse en un “producto” popular para personas que buscan seguridad para el abastecimiento de necesidades básicas a largo plazo. De esta manera se convertirían en alternativas interesantes para la previsión para la vejez. Podrían incluso ser más atractivas que las acciones y los fondos comunes de inversión que en la actualidad son utilizados para este fin.

Veamos un ejemplo: Una persona podría “invertir” en varios proyectos de commoning: uno agropecuario para la alimentación, uno del sector inmobiliario que provee un espacio para vivir adecuado para las diferentes fases de la vida, y un proyecto de salud y cuidado. Se podrían añadir otros “módulos” como transporte y cultura. Este paquete podría ser ofrecido como producto financiero por un grupo de proyectos de commoning que cooperan entre si.

Al comienzo un sistema de esta índole solamente podría abarcar bienes sencillos como verduras o muebles. Pero cuánto más avancen las redes de suministro de bienes complejos basadas en las Fábricas Libres, más adquiriría el carácter de una alternativa a una jubilación o pensión.

Si los emisores de los instrumentos de Finanzas Commons son proyectos serios con planificación responsable y sin promesas utópicas, la seguridad del aprovisionamiento a través del commoning para los compradores de estos productos podría ser aún mayor a la de una inversión en acciones o fondos. La razón es que los proyectos de commoning solamente deben garantizar el suministro de los productos que ofrecen. Las empresas con fines de lucro, sobre todo las sociedades anónimas, cuentan con más riesgos e inseguridades porque su razón de ser es la ganancia, es decir de crear constantemente un plus de ingresos para atraer a inversionistas. Aún con la producción funcionando perfectamente, una empresa puede quebrar si la cotización de sus acciones no sube como se esperaba. Justamente en tiempos como la actualidad con diversas inseguridades como el cambio climático y los conflictos armados no habría que subestimar esta ventaja.

La seguridad del aprovisionamiento podría convertirse, de esta manera, en el incentivo principal que atraería a las personas a los proyectos de commoning. Y como tampoco será posible garantizar la ausencia total de riesgos, una persona que invierte en estos instrumentos podrá optar por una estrategia de diversificación, como la que ofrecen los fondos comunes de inversión.

Si estos productos financieros fueran exitosos, podrían provocar que la producción colaborativa basada en incentivos se convierta en una alternativa competitiva a la economía de mercado. Ni siquiera sería tan importante que se concreten rápidamente Fábricas Libres con cero costes marginales en varios sectores de la economía: es más importante que los proyectos puedan presentar un camino claro y realista que conduzca hacia esta meta. Esta hoja de ruta no debería extenderse por más de una década y los proyectos deberían detallar de manera transparente los obstáculos que aún hay que superar y el progreso que se está logrando. Como ya hemos visto, en muchos casos como el de la horticultura se podrá avanzar mucho más rápidamente.

Los proyectos pueden complementar productos de Finanzas Commons con un incentivo adicional para participar de las tareas. Esto sería importante sobre todo en la fase inicial, cuando la automatización todavía no podrá reemplazar a tantas tareas humanas. A las personas que participen con mayor carga horaria y tareas más arduas o difíciles, se les podría ofrecer productos financieros Commons por una suma equivalente al valor de la labor prestada. También se podría usar un sistema de trabajo ponderado, como el propuesto por Christian Siefkes en 2007 en su libro From Exchange To Contributions: una suerte de subasta para repartir las tareas de tal manera que se beneficien las personas que se ofrezcan para prestaciones menos atractivas.

Se ha criticado a estos conceptos de trabajo cuasi-remunerado porque podrían reducir la motivación para los que participan de los proyectos de manera puramente voluntaria. Sin embargo, ya existen vastas experiencias con estos sistemas mixtos tanto en proyectos de software libre (un ejemplo es el núcleo de Linux, en el cual colaboran coders voluntarios con programadores remunerados), como también en ONG y asociaciones.

Un proyecto de commoning se asemejaría bastante a una típica asociación como un club deportivo, solamente que se centraría en la satisfacción de necesidades básicas en vez de pasatiempos o deportes (se podría argumentar aún que los hobbies también constituyen necesidades, y que los clubes también constituyen ejemplos para el commoning). Además, la necesidad de remuneración de tareas bajará a medida que se logre bajar los costes marginales a través de las Fábricas Libres.

¿Estamos a tiempo para parar el cambio climático?

Se podría argumentar ahora que la transformación de la economía hacia un modelo basado en el commoning tardaría demasiado tiempo como para evitar un calentamiento global desastroso. Creemos que si bien no se puede garantizar nada, no deberíamos perder la esperanza y comenzar a planificar proyectos. Hay varias razones para suponer que ¡cada proyecto de commoning cuenta!

Primero, aún si el concepto tarda en popularizarse, se podrían sentir rápidamente efectos sobre el consumo de energías fósiles en cada sector de la economía en el cual el commoning cobre importancia. En la economía de mercado casi no existen realmente incentivos de prescindir de estas formas de energía tan dañinas para el clima. Si bien causan costos y las empresas tratan de minimizarlos, siempre que el modelo de negocio funcione, la energía puede ser financiada con ingresos por ventas.

En cambio, en los proyectos de commoning cada recurso natural que se consuma, también cada litro de petróleo y cada metro cúbico de gas natural, complica la organización de la producción por su impacto en el coste marginal, como hemos visto más arriba. Una extracción propia de recursos como petróleo o carbón a través del commoning no sería imposible, pero muy compleja y además no sería compatible con la tendencia a la sustentabilidad, el “pensar a largo plazo” y el cuidado de recursos que es inherente a las iniciativas de commoning.

Segundo, en algunos casos se puede acelerar el proceso adquiriendo (o heredando) empresas existentes con el fin de transformar su modo de funcionamiento incorporando cada vez más elementos de commoning. En muchos casos se usarán tecnologías similares, aunque como vimos la automatización juega un rol más importante.

En nuestra opinión no hay indicios para creer que el commoning sea menos eficiente que la economía de mercado. Hay una posible excepción: En el caso que un proyecto recurra a una producción solo en días de alta disponibilidad de energías renovables, como lo hemos descrito en el texto anterior de la serie, podría bajar la eficacia de la logística porque se requerirá mayor capacidad en depósitos, al menos si lo comparamos con la producción just in time (JIT). Sin embargo, hay otras ventajas que contrarrestarán este efecto.

Un ejemplo es que ya no se necesitará prácticamente gasto en publicidad y marketing. No es que los proyectos Commons no necesiten comunicar y anunciar. Pero es importante recordar que los proyectos siempre comparten los intereses con los consumidores, por ejemplo en cuanto a la calidad y el precio de los bienes. No hará falta convencer a nadie de una marca con campañas costosas, eventos de RR.PP. y viajes de negocios solo con el fin de promocionar, ni mucho menos generar necesidades nuevas. El commoning no busca vender productos, sino satisfacer necesidades existentes. Por eso bastará con estrategias económicas o gratuitas como el uso de redes sociales.

Pero podría haber un escenario aún más positivo: Si hay proyectos exitosos que prueban que el commoning puede competir con la economía de mercado, esto podría resultar en un punto de inflexión positivo. Podríamos imaginarnos fácilmente una situación en la cual muchas personas se dan cuenta de que les conviene participar de un proyecto colaborativo y beneficiarse de su producción, similar a lo que ocurrió con Wikipedia a principios de siglo. La consecuencia podría ser que el commoning logre dominar sectores económicos enteros rápidamente, con todos los efectos positivos para el clima que hemos mencionado arriba.

Hasta que se llegue a este punto en la producción de bienes materiales o físicos, hará falta algo de planificación y trabajo. Un paso importante, sobre todo en sectores aún sin mucha experiencia con proyectos existentes, sería formar pre-proyectos para discutir y evaluar la factibilidad de la transformación de cada proceso productivo para crear fábricas libres sin costes marginales. Esto puede incluir simulacros de las cadenas de suministro y conceptos para reducir la carga laboral hasta poder depender solamente del trabajo voluntario.

En muchos sectores en la actualidad parece utópico que el commoning rápidamente se popularice. Pero se puede comenzar con hacks sencillos con cadenas de suministro cortas y tecnologías de automatización ya maduras. Además del proyecto hortícola hidropónico automatizado que mencionamos arriba, también por ejemplo podemos imaginarnos impresoras 3D públicamente accesibles que funcionen durante el día con un panel solar y puedan fabricar simples productos de plástico.

Deberíamos darle una oportunidad al commoning. El impacto para conseguir la neutralidad climática podría ser enorme. Sería casi irresponsable no intentar transformar nuestra economía de esta manera.

En el último texto de la serie describiremos varios aspectos de la Era Dorada que podría emerger si la transformación al commoning se hace realidad. Describiremos por ejemplo los cambios en la vida laboral, en las economías locales, en los sistemas de transporte y también en la vida diaria. Y presentaremos un concepto de ayuda social para combatir la pobreza, el Abastecimiento Básico Libre.

Cien por ciento energías renovables: dos caminos.

Cien por ciento energías renovables: dos caminos.

Llegar a la neutralidad climática implica generar el cien por ciento de la energía con fuentes renovables. La dificultad de llegar a esta meta depende mucho de las características geográficas y climáticas de la región donde se intenta. Pero también del modelo económico: Un enfoque basado en bienes comunes podría ayudarnos.

Cuando hablamos de llegar al cien por ciento de energías renovables muchas veces solamente pensamos en la electricidad. Generarla de manera limpia es solo el primer paso. Neutralizar también la industria y el transporte es un desafío aún más grande porque estos sectores dependen actualmente en gran parte de combustibles fósiles, como la nafta y el gas natural. Para llegar a la meta, es imprescindible electrificar gran parte de sus actividades.

A grandes rasgos hay dos factores que determinan el grado de dificultad para llegar a la meta del cien por ciento renovable en un país o una región particular. El primero es el grado de estacionalidad y fluctuación de las fuentes potenciales de generación renovable en la región. En particular, una abundante disponibilidad de energía hidroeléctrica facilita mucho la transición, porque es capaz de proveer electricidad limpia durante gran parte del año. Además las represas pueden almacenar energía para los días con poco viento o sol. Por ende la hidro se puede combinar perfectamente con energía eólica y solar, cuya potencia tiende a fluctuar con las horas del día y las estaciones del año.

Regiones y países con varios gigavatios (GW) de potencia hidroeléctricos pueden funcionar como “baterías” también para sus vecinos. Austria por ejemplo, que en 2023 llegó a más del 80 por ciento renovable gracias a sus represas, funciona como batería para las vecinas Alemania e Italia, y Noruega y Suecia almacenan energía para todo el centro-norte de Europa. También la energía geotérmica, en países dónde es fácil explotarla, puede facilitar la transición como lo muestran Islandia y El Salvador. Y la generación solar térmica puede ayudar debido a su capacidad de proveer energía de noche, almacenándola calentando sales fundidas.

(Este texto es parte de una serie introductoria sobre los conceptos que presentamos en este blog: #1 La Era Dorada, #2 100% renovables (este post), #3 Producción colaborativa incentivada, y #4 Abastecimiento Libre.)

El segundo factor importante es la densidad poblacional e industrial. En general, cuanto más densamente poblado esté un país y cuanto más industria pesada tenga, más difícil es la transición al 100% renovable. Esto no solo tiene que ver con la demanda de energía, sino también con la aceptación de las instalaciones, como los molinos de viento y paneles solares, por parte de la población. En Alemania, con más de 230 habitantes por kilómetro cuadrado, el proceso de planificación y habilitación de molinos de viento es largo y complicado por resistencias de movimientos locales, pero también por cuestiones relacionadas con la protección a la naturaleza. Obviamente todas las instalaciones humanas e industriales requieren espacio y afectan al medio ambiente. El tema es: cuánto más densidad poblacional exista, mayor es la competencia por espacio, y los molinos de viento y los paneles solares son parte de los elementos que compiten.

Teniendo en cuenta estos dos factores podemos decir que algunas regiones con relativamente baja densidad y alto potencial de recursos energéticos renovables sin excesiva fluctuación estacional pueden transformar su matriz energética con relativa facilidad al modelo renovable, si hay voluntad en la política y economía. A estas regiones las queremos llamar hotspots de energías renovables. Ejemplos incluyen a la Patagonia, el Altiplano andino, el Desierto del Sahara, casi todo Brasil, el sudoeste de los Estados Unidos, las costas del Mar del Norte y del Mar Báltico, Escandinavia y el centro-sur de España y Portugal.

El camino estándar: combinar distintas estrategias ya conocidas

¿Qué hacer si una región densamente poblada no cuenta con generación renovable estable? En este caso habrá que encontrar soluciones para las fluctuaciones de la generación solar y eólica, que se pueden utilizar en casi todo el mundo. Hay un camino “estándar” para llegar al 100% renovable, emprendido por países con ambiciosos planes de transformar la matriz energética, como Alemania o España. Este camino se compone de cuatro estrategias o métodos principales. Varias tecnologías relacionadas ya existen en la actualidad, mientras que otras están aún en la fase de prueba.

Un método es la conexión con países vecinos con características más favorables, como ya lo hemos descrito más arriba con los casos de Austria y Noruega. En regiones grandes con redes eléctricas continuas, como el Mercado Común Europeo, también se puede aprovechar que las condiciones climáticas varían; por ejemplo, cuando hay poco viento en una subregión éste sí puede estar presente en otra. Pocas veces este método consigue solucionar todo el problema, pero a menudo puede contribuir para llegar a la meta.

El segundo es la instalación de almacenamiento alternativo. Existen ya centrales de almacenamiento basadas en baterías de litio o plomo, con ya considerable capacidad en países como China. Y hay varias otras tecnologías en fase de piloto, como el almacenamiento gravitacional que también se prueba en Asia. Este método emplea pesos sólidos, como bloques de hormigón. Se pueden usar también autos eléctricos como “batería”, aunque este concepto ha perdido adeptos en los últimos años debido a la difícil logística. Pero todavía se contempla al menos para suavizar picos y valles del equilibrio oferta-demanda de energía.

La tercera estrategia, más controvertida, es usar centrales de biomasa en los períodos de baja generación eólica y solar. Si el material de combustión utilizado proviene de residuos orgánicos se trata de un método ecológico. Sin embargo si se usa madera de árboles talados para tal fin, ya no es así, aún si hay reforestación continua: los árboles tardan años en crecer y sirven siempre para captar CO2 del aire, por lo cual las emisiones indirectas de gases invernadero de este tipo de centrales pueden ser considerables. Puede ser una pieza clave del rompecabezas, pero hay que pensar bien la logística de la materia prima.

Queda una estrategia más, la más cara: crear una infraestructura para el uso del hidrógeno. Esto tardaría muchos años, pero sobre todo en países de alta densidad industrial se justifica. Nada más que no hay que dejarse cegar por la ilusión que el hidrógeno puede reemplazar a todos los combustibles fósiles.

En muchos casos lo mejor es una combinación de varios de estos métodos. Pero existen un par de estrategias más que se pueden implementar mejor si se contempla también un cambio del paradigma económico.

El escenario alternativo: menos costoso, pero requiere cambios

El camino estándar que hemos descrito arriba parte del supuesto que la matriz económico-industrial de una región siga siendo la misma. Dónde durante décadas se fabricaban automóviles se seguirán ensamblando vehículos (aunque sean autos eléctricos o trenes). Y aún fuera de los hotspots energéticos se intentaría retener la industria química o del aluminio, que gastan considerables cantidades de energía.

Un método para acelerar la transición aún más, de la que no se habla mucho en la discusión actual, es una especialización de la economía de las regiones de acuerdo a la capacidad de generación renovable. En Alemania, por ejemplo, el grueso de las instalaciones industriales se encuentra en el centro y sur, pero el norte, un hotspot energético, cuenta con condiciones más favorables para la generación eólica, mayor capacidad de red y además cercanía con la “batería” de las represas de Noruega y Suecia. En la actualidad se considera casi un sacrilegio promover la mudanza de industrias del sur al norte. Pero las fuerzas del mercado ya han iniciado este cambio: Algunos megaproyectos como la central fabril alemana de Tesla se han instalado en el norte, cerca de parques eólicos.

Podríamos profundizar este concepto aún más. Ampliando la escala, podríamos incentivar una mudanza de industrias como la producción de aluminio, silicio y baterías a los mejores hotspots energéticos del mundo. Este proceso también ya se inició: Islandia y Suecia viven un pequeño boom industrial por su disponibilidad de energías limpias y económicas. Pero el proceso es demasiado lento para garantizar una neutralidad climática en las décadas venideras, y en varias otras regiones, como ocurre en la Patagonia argentina y el Desierto del Sahara, el potencial energético está desaprovechado.

Otro concepto que se puede estudiar es la producción estacional y por horarios. Fuera de las zonas tropicales, es habitual que en los seis meses de primavera y verano se concentren dos tercios de la generación solar. Uno se podría preguntar si no sería adecuado concentrar la producción por lo menos de algunos bienes en la temporada estival, o al menos pausarla o bajar el consumo en los tres meses del invierno, sobre todo en regiones dónde la energía solar es la única disponible a gran escala. Se puede complementar esta estrategia con el smart metering: soluciones electrónicas que facilitan gastar la energía en los horarios de mayor generación eólica o solar.

Un tercer método, algo arraigado ya en el nicho de los alimentos orgánicos, es la producción de bienes de primera necesidad en instalaciones pequeñas cerca de los consumidores. Esto descomprimiría la demanda de energía y facilitaría un uso flexible y estacional. También ayudaría a bajar el consumo energético del transporte.

Los desafíos del camino alternativo

Las estrategias adicionales que componen este escenario alternativo, si se implementarían realmente con voluntad, en muchos países pueden ser mucho más económicas que las que forman parte del camino estándar descrito más arriba. Requieren menos inversión en redes, pero también usarían las instalaciones de generación eléctrica más eficientemente, con menos potencial derrochado. Como efecto colateral positivo, se encontraría también con menos resistencias locales y la competencia por espacio que hemos señalado más arriba sería un poco menos intensa.

Lo que sí requiere este escenario es una reorganización de la matriz productiva. Y esto en la economía de mercado es un problema no menor. Por un lado, las compañías grandes industriales tienden a ser poco flexibles y se resistirán a estos cambios espacio-temporales de la producción. Un problema particular es la predominancia del paradigma de la producción just in time (JIT): este paradigma, oriundo del Japón de la época de posguerra, aumenta la producción en épocas de alta demanda para minimizar los costos de almacenamiento de bienes en depósitos. Una producción estacional basada en la disponibilidad de energía renovable chocaría con este paradigma, ya que justo una temporada de baja generación renovable puede coincidir con una alta demanda del producto. Lamentablemente, empresas que no usan el paradigma JIT en general son menos competitivas.

El escenario alternativo además puede traer problemas para el financiamiento de estructuras estatales en las regiones que perderían industria que se muda a hotspots energéticos, ya que éstas se verán desprovistas de ingresos originados por impuestos. Además la sociedad de estas regiones podría resistirse por miedo a problemas sociales como un posible aumento del desempleo, tal como ocurre ya en la actualidad en regiones que dependían de industrias obsoletas o dañinas para el medio ambiente, como la del carbón.

En síntesis, en la economía de mercado de la actualidad existe un conjunto de presiones sobre los actores, como las empresas (rentabilidad) y el Estado (impuestos), que llevan a posibles resistencias de la sociedad al cambio. Estas hacen improbable una implementación amplia de las estrategias del escenario alternativo si se continúa con este modelo económico. Y por ende, el camino hacia los 100% renovables se vuelve mucho más caro porque hay que limitarse en gran parte a las estrategias estándar, combinados con tímidos avances en tecnologías como el smart metering.

Supongamos ahora que exista un paradigma económico más amigable con este escenario alternativo con condiciones de producción más flexibles, sin las presiones del capitalismo tradicional. Y que por ende permitan una introducción gradual, pero relativamente rápida de las estrategias del escenario alternativo. Es importante mencionar que este paradigma tampoco debería producir desventajas para las personas trabajadoras; por ejemplo, no obligarlos a mudarse a una zona con condiciones más favorables.

La Producción Colaborativa Incentivada (PCI) como solución

La Producción Colaborativa Incentivada (PCI) podría ser el modelo económico que reúna estas características y podría ayudar a implementar las estrategias del escenario alternativo para llegar a la neutralidad climática. Este concepto se basa en la producción colaborativa, también llamada Commoning. Se trata de una práctica autoorganizada y cooperativa, en la cual un grupo de personas se unen para satisfacer una necesidad, sea con productos o servicios. La PCI combina este concepto con incentivos y métodos de financiamiento novedosos.

En primer lugar: Los incentivos de la producción colaborativa favorecen directamente el uso de energías renovables. Una de sus características principales es una concepción diferente del proceso de producción. El camino de la materia prima al producto final se puede economizar extremadamente, hasta ser prácticamente gratuito. La extracción de nueva materia prima sin embargo sigue siendo costosa y hace más compleja la cuestión de la organización y del financiamiento.

Por tal razón, este paradigma económico tiende a favorecer el uso de recursos abundantes y reutilizables, como las energías renovables y las materias primas reciclables. Funciona idealmente con estructuras económicas circulares. Un recurso como el petróleo, que se extrae después de haberse generado en un proceso que dura millones de años, y luego se gasta, es contrario a los incentivos que provee. Se podría describir como un gasto extra no contemplado. Probablemente una economía no podría funcionar completamente sin materias primas no reciclables ni re-utilizables, pero la PCI minimizaría su uso.

Esta característica queda clara si miramos dos ejemplos de producción colaborativa que existen en la actualidad. Uno de ellos es la producción de software, com el modelo del código abierto o software libre. Otro es la agricultura colaborativa o solidaria. En el caso del software, no se necesitan casi recursos naturales, ya que el producto es inmaterial. En el caso de la agricultura, el recurso principal es la tierra, la cual una vez adquirida puede producir cultivos durante décadas.

En segundo lugar, las presiones capitalistas, como el desafío de siempre mantener alta la rentabilidad para no perder competitividad, serían menores. En la PCI la cooperación predomina por sobre la competitividad entre los actores económicos. Por ende, si a una entidad productiva, llamarla “empresa” o “proyecto”, le va mal temporalmente, otra le podrá ayudar para sobrevivir una crisis. Esto nos puede hacer pensar en carteles y corrupción, pero en la PCI, como vimos arriba, los productores son en muchos casos los mismos consumidores. Al menos no hay un conflicto de intereses entre ambos grupos, y la PCI siempre funciona mejor cuando provee el mejor valor de uso posible a los consumidores. Por eso la cooperación nunca trae consigo desventajas para los destinatarios de los productos, como si ocurre en los carteles oligopólicos del capitalismo. La estructura económica que se podría formar con la PCI es un poco similar al ecosistema de cooperativas y mutuales que proliferó a fines del Siglo XI, pero incorporando varios avances tecnológicos e incentivos novedosos.

Este énfasis en la cooperación facilita la implementación de modelos como la producción estacional que mencionamos, es decir que la producción aumente cuando haya mayor disponibilidad de energías renovables, necesitándose menos capacidad de almacenamiento.

También la distribución espacial de la industria sería más flexible. En el modelo colaborativo, las regiones no compiten entre si como si fueran empresas, como suele ocurrir en la actualidad, sino que también tendrán siempre incentivos para cooperar, por ejemplo entre un hotspot de energía y una región industrial tradicional. No habría necesidad de retener todas las industrias en cada región. Para los bienes y servicios de primera necesidad se recurrirá a una producción local. Y el tema impuestos es menos importante, ya que parte de los servicios de ayuda social en el mediano y largo plazo pueden ser provistos por la sociedad civil y ya no por el Estado. Los proyectos colaborativos podrían avanzar hacia un ingreso básico universal en bienes reales, el Abastecimiento Básico Libre. Presentaremos a este concepto en el tercer texto de esta serie. En detalle, se puede explorar en el libro Chau Dinero: Digitalización para todos.

Ya hemos mencionado el vínculo directo entre consumidores y productores. Esto nos lleva a una tercera ventaja de la PCI: Dado que los consumidores siempre se benefician directamente de la producción, es probable que disminuyan las resistencias contra la transición energética al modelo 100% renovable. Los vecinos contarán siempre con datos transparentes sobre el uso y destino de la energía, es decir sabrán que ninguna tercera parte se “llevará dinero” sin que ellos se vieran beneficiados. Y finalmente también hay indicios que la PCI podría ser en general más eficiente con el uso de recursos, ya que algunos rubros de la economía - finanzas y publicidad, principalmente - perderán importancia. Pensemos en los edificios y los viajes de negocios de estos sectores.

Hoy en día la producción colaborativa parece limitarse a pocos nichos. ¿Se podría cambiar una matriz económica a este modelo, y cuánto tiempo llevaría? ¿Alcanzará para llegar a la neutralidad climática rápidamente? La pregunta más importante es si los incentivos que provee la PCI son lo suficientemente fuertes como para poder competir con los que provee la economía de mercado capitalista. Si esto no es así y hay desventajas estructurales, como parece haber ocurrido con los modelos socialistas y comunistas del pasado, entonces se trataría de una linda utopía no más. Examinaremos estas cuestiones en el próximo texto.

La era dorada de la neutralidad climática

La era dorada de la neutralidad climática

Cuando hablamos de combatir el calentamiento global, esta tarea parece obligarnos a renunciar a algunas comodidades de la actualidad. ¿Pero esto realmente es así? Quizá estamos a pocos pasos de una era de bienestar nunca vista que beneficiará la humanidad entera. Lo que sí: no deberíamos esperar con los cambios necesarios.

De acuerdo a los comentarios y ensayos en los medios de comunicación, uno podría suponer que un mundo sin emisiones sería un mundo del ya no deberíamos: no usar el auto, ni consumir mucha carne, ni usar el avión para irnos de vacaciones, y calefaccionar menos. Además, supuestamente habría que gastar mucho dinero: generar toda nuestra energía a través de fuentes renovables, adaptar los edificios para que necesiten menos climatización. Esto, al menos parcialmente, es correcto. Pero la narrativa provoca miedo. Muchas personas intentarán bloquear todo tipo de cambio hacia esta dirección, no importando si se trata de cambios de conducta individuales o de políticas públicas.

Bloquear este cambio, sin embargo, sería un error gravísimo. Probablemente dentro de poco asomará un panorama mucho más positivo.

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